jueves, 15 de septiembre de 2016

DESGARRADO

Veo cómo se me quita la piel, centímetro a centímetro. Veo cómo se me desgarra la carne, cómo se separa el corazón de mi pecho. Mis huesos entumecidos, con frío. Tristes. Mis lunares derritiéndose, mis dedos tocando fondo. El hielo del viento atraviesa mis pies al dejarme llevar. Me dejo llevar. Vuelo. Mientras, me deshago. Me convierto en cenizas, cenizas que vuelan, porque se las lleva el aire. Oxígeno, ese gas que antes necesitaba respirar… Ya no respiro, en el cielo no se respira. Más doloroso que el cáncer de corazón. Mi piel… mi rencorosa tez. Mi amarillenta bilis babeo entre mis labios convertidos en ternilla. Poca distancia me queda para llegar. Antes mudo. Mudo siete veces de piel. Y mudo. Sordo también. Y ciego. ¿Para qué necesito los sentidos si el sexto lo he perdido perdiendo el corazón? He perdido el corazón, más doloroso que un cáncer. Más amargo que una enfermedad, más triste que un final. Ya falta poco. Vuelvo a mudar. Y sordo y mudo y ciego. Llevo, vacío el pecho. Mi cabeza reventó al pasar los 100 Km de altura. Mi cabeza explotó literalmente. Mi cabeza se deshizo, abrió paso al alma. Alma que no superó los 200 Km. Atrás se quedó. Olores. Malos y putrefactos olores. No huelo. No veo, no siento. Paso a través del sol. Vuelvo a mudar. Y la piel reseca se me cae poco a poco. Piel reseca, escamosa como la de un enfermo. Piel asquerosa y repugnante. Miro mis finos dedos de hueso… Recuerdo cuando con ellos te tocaba la cara. También recuerdo cuando respiraba. Ya no respiro desde hace tiempo. Miro mis enfermizas manos, venosas y azuladas por la sangre sin oxígeno. Sangre, sangre negruzca. Estoy muerto no quiero tener sangre. Sangre que alimenta los recuerdos en vida. Que impregna mis ojos… Y al llorar… y al llorar se mezcla y se forma un líquido viscoso. No puedo abrir los ojos. Aparto con mis dedos huesudos el mugriento formulado. Tengo las cuencas vacías. No tengo cerebro. Nadie desea esta situación. Yo sí. Más satisfactoria que vivir. Odio a los muertos. Odio más a los vivos. Odio el cáncer. Como una niña sin hígado vagando noches enteras por la orilla de los sueños. Como un pájaro que no sabe volar, como un hombre que ha perdido la ilusión. Mi destino es llegar al paraíso. ¿Paraíso? Mi paraíso está en la tierra. Ahora marcho de él porque pertenece a otro. Paraíso arrastrado a lo más profundo del planeta. Deshecho como yo, fundido por la lava. Veo como mi piel se aleja nuevamente. Siento cómo no volveré a existir. No quiero existir. No quiero pensar. Agarraba tu mano la última vez que fui feliz. Ya no soy feliz. No soy nada. Soy un poco de polvo que se desvanece en el espacio. Vuelvo a ver mis huesos desnudos. No tengo miembros casi. Sólo soy un saco de huesos sin saco. La carne se me despega de los huesos. Se me pudren. Se hinchan y explotan. Los huesos astillados… me corre por ellos el frío polar. El más placentero sabor de chicle de eucalipto me revienta los huesos, me los estira y rompe. Me despega las costillas del pecho. Chicle. Ni chicle. Como el hambre para los pobres es mi objetivo llegar. Miro de nuevo mis manos… no me quedan casi venas. Impresiona ver los huesos de los dedos retorciéndose y liándose entre las venas y nervios. Nervios y más nervios. Yo estoy tranquilo, ya nada me dolerá igual que esto. ¿Qué puedo esperar de una persona a la que no le quedan razones para vivir? Vacío, vacío y vacío… Sólo hay vacío y estoy vacío. Ya no soy nada. Lo único que queda de mí son las heces y los meados. La vejiga llena de pis vitaminado y enfermizo. La tripa revienta. Sólo soy mis heces. Soy la mierda desde que nací hasta este mismo momento, en que dejo de ser mierda. Dejo de ser todo para no ser nada. Un pequeño deseo, no volver a existir nunca más.

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Me perdí, me perdí, me perdí. Me perdí por las noches buscándome en los bares. Y sufrí y reí y sufrí... por haberte dado tanto y ahora no ...