Veo cómo se me quita la piel,
centímetro a centímetro. Veo cómo se me desgarra la carne, cómo se separa el
corazón de mi pecho. Mis huesos entumecidos, con frío. Tristes. Mis lunares
derritiéndose, mis dedos tocando fondo. El hielo del viento atraviesa mis pies
al dejarme llevar. Me dejo llevar. Vuelo. Mientras, me deshago. Me convierto en
cenizas, cenizas que vuelan, porque se las lleva el aire. Oxígeno, ese gas que
antes necesitaba respirar… Ya no respiro, en el cielo no se respira. Más doloroso
que el cáncer de corazón. Mi piel… mi rencorosa tez. Mi amarillenta bilis babeo
entre mis labios convertidos en ternilla. Poca distancia me queda para llegar.
Antes mudo. Mudo siete veces de piel. Y mudo. Sordo también. Y ciego. ¿Para qué
necesito los sentidos si el sexto lo he perdido perdiendo el corazón? He
perdido el corazón, más doloroso que un cáncer. Más amargo que una enfermedad,
más triste que un final. Ya falta poco. Vuelvo a mudar. Y sordo y mudo y ciego.
Llevo, vacío el pecho. Mi cabeza reventó al pasar los 100 Km de altura. Mi
cabeza explotó literalmente. Mi cabeza se deshizo, abrió paso al alma. Alma que
no superó los 200 Km. Atrás se quedó. Olores. Malos y putrefactos olores. No
huelo. No veo, no siento. Paso a través del sol. Vuelvo a mudar. Y la piel
reseca se me cae poco a poco. Piel reseca, escamosa como la de un enfermo. Piel
asquerosa y repugnante. Miro mis finos dedos de hueso… Recuerdo cuando con
ellos te tocaba la cara. También recuerdo cuando respiraba. Ya no respiro desde
hace tiempo. Miro mis enfermizas manos, venosas y azuladas por la sangre sin
oxígeno. Sangre, sangre negruzca. Estoy muerto no quiero tener sangre. Sangre
que alimenta los recuerdos en vida. Que impregna mis ojos… Y al llorar… y al
llorar se mezcla y se forma un líquido viscoso. No puedo abrir los ojos. Aparto
con mis dedos huesudos el mugriento formulado. Tengo las cuencas vacías. No
tengo cerebro. Nadie desea esta situación. Yo sí. Más satisfactoria que vivir.
Odio a los muertos. Odio más a los vivos. Odio el cáncer. Como una niña sin
hígado vagando noches enteras por la orilla de los sueños. Como un pájaro que
no sabe volar, como un hombre que ha perdido la ilusión. Mi destino es llegar
al paraíso. ¿Paraíso? Mi paraíso está en la tierra. Ahora marcho de él porque
pertenece a otro. Paraíso arrastrado a lo más profundo del planeta. Deshecho
como yo, fundido por la lava. Veo como mi piel se aleja nuevamente. Siento cómo
no volveré a existir. No quiero existir. No quiero pensar. Agarraba tu mano la
última vez que fui feliz. Ya no soy feliz. No soy nada. Soy un poco de polvo
que se desvanece en el espacio. Vuelvo a ver mis huesos desnudos. No tengo
miembros casi. Sólo soy un saco de huesos sin saco. La carne se me despega de
los huesos. Se me pudren. Se hinchan y explotan. Los huesos astillados… me
corre por ellos el frío polar. El más placentero sabor de chicle de eucalipto
me revienta los huesos, me los estira y rompe. Me despega las costillas del
pecho. Chicle. Ni chicle. Como el hambre para los pobres es mi objetivo llegar.
Miro de nuevo mis manos… no me quedan casi venas. Impresiona ver los huesos de
los dedos retorciéndose y liándose entre las venas y nervios. Nervios y más
nervios. Yo estoy tranquilo, ya nada me dolerá igual que esto. ¿Qué puedo
esperar de una persona a la que no le quedan razones para vivir? Vacío, vacío y
vacío… Sólo hay vacío y estoy vacío. Ya no soy nada. Lo único que queda de mí
son las heces y los meados. La vejiga llena de pis vitaminado y enfermizo. La
tripa revienta. Sólo soy mis heces. Soy la mierda desde que nací hasta este
mismo momento, en que dejo de ser mierda. Dejo de ser todo para no ser nada. Un
pequeño deseo, no volver a existir nunca más.